lunes, 11 de agosto de 2014

VOCES DESDE EL SUBSUELO por Peter Pumpuruno

Voces desde el subsuelo

0 Comments 08 agosto 2014
Foto: María Rosa Rivas
Foto: María Rosa Rivas
Maquillaje, luces y música, por un lado. Trajes, moños, chalecos y valijas, por el otro. Apoyados a un costado del pequeño escenario, los muñecos esperan, pacientes, el momento en que sus gargantas, en apariencia muda, comiencen a vibrar. Todo está ubicado en su lugar, planificado, pensado. Son las nueve de la noche y en el sótano del bar Telmo, en el santo barrio homónimo, CIVEAR -el Círculo de Ventrílocuos Argentinos- festeja una década y media de vida.
Las casi cincuenta personas que están presentes van y vienen por todo el sótano. La mayoría de los asistentes son ventrílocuos, magos o parientes de alguno de estos dos grupos. Transcurrido un rato, la multitud se ubica en las sillas. Al hacerlo, la mayoría de ellos descubre, apenas posa las asentaderas, que una fotocopia con “el Himno” los está esperando para comenzar a entonarlo. No hay excusas. La letra está en la mano.
El escenario de madera exhibe en el fondo una marquesina que indica que este lugar le pertenece a los artistas. La C, la I, la V, la E, la A y la R aparecen, desde la perspectiva del narrador, como un sombrero posado sobre la cabeza de Miguel Angel Lembo, el presidente de la asociación, encargado de inaugurar el encuentro. A un costado, Tomás Antonio Foti, segundo en el escalafón detrás de Lembo, le da rienda suelta a la pista. Es hora de entonar.
La canción, con una melodía circense, es una poesía de amor y amistad. Arranca con un “Yo soy tu muñeco, mi cuerpo es hueco…”. Continúa como una declaración de principios entre el ventrílocuo y el muñeco, tal vez una extensión del cuerpo del artista o de su propia conciencia. Los niños la cantan a los gritos. Los adultos, también.
Lembo repasa la historia de CIVEAR, nacida unas semanas más tarde de la muerte de Chasman. El grupo se fundó con la idea de difundir, enseñar y profesionalizar una vocación que tuvo su época dorada hacia las décadas del ’50 y ’60. Entre ese sub mundo de héroes infantiles con guiños hacia los mayores, se encontraba Emilio Dilmer, cuyos muñecos regresaron a la Argentina treinta años después de la muerte del artista. Hoy, en los 15 años de la asociación, una foto sobre el escenario recuerda su importancia para los ventrílocuos locales.
Los minutos pasan y las funciones, también. Primero, una mujer hace un dúo. Sus muñecos son una pareja española que tiene, en público, discusiones de cama, a los que la ventrílocua –si se me permite el término- interrumpe para “ubicarlos”. Le sigue un payaso con zapatos enormes, acompañado por un mono que hace delirar a la audiencia. Más tarde se descubre que Merequete Caruso -ese es su nombre artístico- es, además, un artesano “inigualable” a la hora de hacer títeres y que muchos de los muñecos que están aquí presentes fueron hechos por sus manos. El cierre del show está a cargo del Payador y del Negro Julián. Ambos, luciendo un poncho pampa impecable, improvisan una payada desopilante, inspirados en las sugerencias del público.
De vuelta en la planta baja del bar, el tiempo parece no haber transcurrido. O sí. Quizás las escaleras al sótano fueron un viaje al pasado. O quizás al futuro, aunque no es la intención de esta nota tratar de averiguarlo. El narrador y su acompañante son invitados a compartir el brindis. Se sirve sidra, se chocan las copas. Se festeja, con una sonrisa en la cara, la vigencia del arte de decir, con la boca cerrada, lo más profundo de la mente humana.
Agradecimiento especial  a Tomás Antonio Foti y Bartolito por abrirme la puerta de su casa.

Peter Pumpuruno

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